Cada discípulo debe ser discipulado por Dios, por las Escrituras y por el hombre. Dios es soberano y nos discípula a través de nuestras experiencias en las victorias y las derrotas (Hebreos 12:1-15). Las Escrituras nos discipulan y nos maduran conforme nosotros aprendemos a obedecerlas más y más (Hebreos 5:11-14). Jesús ejemplifica el discipulado en sus relaciones con los apóstoles y entonces nos manda a practicar en el discipulado no sólo para convertirnos en cristianos, si no también después del bautismo: "enséñenles a obedecer todo lo que yo les he mandado a ustedes." (Mateo 28:20). A través de las aplicaciones de este principio: compañeros de discipulado, compañeros de oración, grupos de discipulado, así también la naturaleza cambiante de las relaciones de discipulado conforme el discípulo madura desde la relación padre-hijo a adulto-adulto, todas deben ser definidas por los discípulos involucrados, siendo el discipulado un mandato absoluto de Dios y una característica distintiva del movimiento verdadero de Dios.